jueves, 18 de diciembre de 2008

el conejo.




El conejo es un popular mamífero de mediano tamaño, pelo suave y corto, orejas largas y rabo corto.

El conejo es una de las llamadas especies claves o esenciales de la cadena trófica de la fauna ibérica, de modo que se ha estimado que en mayor o menor medida dependen de él unas cuarenta especies, por lo que se ha considerado a este animal como una especie básica en el conjunto de las especies que integran la fauna del bosque mediterráneo, lo que supone que su desaparición o disminución puede afectar directa o indirectamente a las especies que dependen de él como alimento, tales como el grupo de los carnívoros, sin excepción, aves como las medianas y grandes rapaces diurnas y nocturnas o a reptiles como la culebra bastarda o la de herradura o el lagarto ocelado, además del jabalí y del erizo.

Aún cuando el caso más llamativo es el del lince, cuya alimentación básica está integrada en un 70/90 % por conejos, de forma que se ha considerado que la causa que más ha influido en la disminución de los linces, hasta colocarlos al borde de la extinción termina
Una de las características más importantes del conejo, es la de su extraordinaria fecundidad y capacidad para reproducirse.

De modo que se ha calculado que la descendencia de una sola pareja, que no tenga interferencias negativas para su desarrollo, puede alcanzar la increíble cifra de 1.848 individuos.

También son perjudiciales porque muchas de las enfermedades que padece el ser humano son como consecuencia de haber tenido contacto con algún conejo

DATOS DE LA ESPECIE

- L Longevidad: Entre 3 y 4 años en libertad, mientras que en cautividad puede alcanzar de 6 a 8 años de vida.

- Celo: Tiene lugar a lo largo de todo el año, aun cuando los periodos de celo se solapa con los períodos de máxima abundancia de alimento, de modo que la disponibilidad de comida es lo que va a condicionar más la reproducción del animal.

- Gestación: La gestación dura de 28 a 33 días.

- Epoca de parto: Son posibles de 5 a 7 partos al año, excepcionalmente hasta 11, siendo lo habitual 2 ó 4 camadas al año que se producen dentro de madrigueras, constituidas por túneles de hasta 40 metros de longitud, llamado vivar, que cuenta con varias bocas. Este vivar exclusivamente es ocupado por las hembras de mayor rango social, mientras que el resto de hembras de la colonia lo hacen en túneles más pequeños llamados gazaperas, de 1 a 4 metros de profundidad, que acaban en una cámara ciega. Tanto los vivar como las gazaperas son tapizadas con vegetación y pelo del conejo, amamantando a los gazapos tan solo durante unos 15 minutos al día, siempre por la noche. Tras amamantar a los conejos la madre abandona la madriguera y deja tapada la boca con tierra para proteger a los gazapos de los depredadores.

- parto: De 3 a 9 crías por camada, normalmente 4 ó 5, que pesan al nacer unos 40- 50 gramos y que nacen con los ojos cerrados, los que mantienen así hasta el décimo día.

- Duración de la lactancia: Las crías son amantadas durante unos 25 ó 30 días exclusivamente con leche, pudiendo comenzar a digerir alimento sólido a los 20/21 días, en que son autosuficientes, abandonando la madriguera a los 35 ó 40 días, aunque permanecen en la zona de cría (filopatria) en un radio de 200 a 500 metros .

- Madurez sexual: Alcanzan la madurez sexual entre los 4 y 7 meses. Antes cuanto mejor alimentado esté el conejo. Se considera que un conejo es adulto a partir de los 8 ó 9 meses, cuando pesa unos 900 gramos .

- Alimentación: El conejo se alimenta básicamente de plantas herbáceas y gramíneas, raíces y bulbos, además de cortezas de plantas leñosas y frutos silvestres y de las huertas. Muy curiosa dentro de la etología del conejo es la producción por el animal de unos excrementos esféricos y húmedos recubiertos de mucus que son reingeridos, tomados directamente del mismo ano, sin masticar, ricos en vitamina B12 y microflora, necesarios para la digestión de la celulosa. La microflora intestinal no se transmite congénitamente y los jóvenes tienen que adquirirla ingiriendo excrementos de su madre, si no lo hacen mueren al poco tiempo, entre convulsiones

Hábitats: El conejo encuentra su óptimo en el monte y bosque mediterráneo, siendo una especie característica del mismo, aun cuando podemos localizarlo en una gran amplitud de hábitats que van desde las zonas semiáridas del sureste peninsular hasta la media montaña. Estando más o menos presentes en todo el territorio de España, incluidas sus islas, si bien la mayor densidad la alcanza en el cuadrante suroccidental, coincidiendo con la mayor presencia de carnívoros que se alimentan de él. Básico para su ecología es que la textura del terreno les permita excavar madrigueras. La presencia de agua no es condicionante de su presencia, al poder obtenerla de las plantas y hierbas que come.

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el Huellas: Aun cuando las patas cuentan con cinco dedos y uñas excavadoras, la abundante pilosidad que las cubre impide su marca nítida la que presenta no obstante un característico e inconfundible aspecto, que se aprecia en las imágenes se reproducen en las fotografías laterales de esta ficha. La huella de la pata posterior es ligeramente mayor que la del anterior; además, cuando apoya o marca el talón, lo hace para avisar a otros congéneres en situaciones de peligro, deja marcada una línea longitudinal. Aun cuando la huella de conejo puede confundirse con la de la liebre, el análisis en conjunto de uno y otro rastro, particularmente cuando van en carrera y la marca es sobre terreno blando o nieve, es fácil de diferenciar en cuanto que mientras que el conejo deja un curioso rastro en forma de Y la libre tiene forma de L (pueden verse imágenes comparativas).

Excrementos: Los excrementos de conejo tienen un característico e inconfundible aspecto esférico de 1 cm. de diámetro, siendo su color oscuro, aunque más o menos variable, dependiendo de los alimentos consumidos y va desde un color grisáceo hasta el negro, pasando por tonos marrones. Es de menor tamaño que la liebre. Muy característicos son los cagarruteros del conejo donde acumulan los excrementos de varios ejemplares de una misma colonia en grandes depósitos, que pueden alcanzar un tamaño considerable.

Otros rastros: Son muy variados y entre ellos podemos destacar los siguientes:

1. Al comer la hierba y ramas jóvenes, la cortan o siegan con los incisivos superiores, sin producir desgarros, mientras que las ramas aparecen desgajadas por la base inferior .

2. Al roer la corteza de los árboles, marca una mordedura profunda en sentido transversal al tronco.

3. Las madrigueras (vivar y gazaperas) del conejo son muy características. La liebre no las construye, en cuanto se encama entre la propia vegetación.

4. La excavaciones, que son pequeños movimientos de tierra de unos pocos centímetros de profundidad, sin finalidad aparente, son otro típico rastro del conejo silvestre o de monte.

Juegos de Animales



















UNE CADA ANIMAL CON SU COMIDA:



*Este juego consiste en unir cada animal de los que aparecen, con su comida, pero ¡ ten cuidado, puede ser que algún animal, tenga dos comidas !







Paja




Pienso








Zanahoria





Semillas






Cacahuetes





Bellotas









UNE CADA ANIMAL CON SU HABITAT:





*Este juego consisite en saber distinguir el lugar donde habita cada animal.





Selva








Colmena





Lago







Fábulas sobre Animales





FÁBULA DE LA PALOMA Y LA HORMIGA





Obligada por la sed, una hormiga bajó a un manatial, y arrastrada por la corriente, estaba a punto de ahogarse.




Viéndola en esta emergencia una paloma, desprendió de un árbol una ramita y la arrojó a la corriente, montó encima a la hormiga salvándola.




Mientras tanto un cazador de pájaros se adelantó con su arma preparada para cazar a la paloma. Le vió la hormiga y le picó en el talón, haciendo soltar al cazador su arma.




Aprovechó el momento la paloma para alzar el vuelo. Siempre corresponde en la mejor forma a los favores que recibas.




FÁBULA DEL AGUILA, EL CUERVO Y EL PASTóR




Lanzándose desde una cima, un águila arrebató un corderito. La vio un cuervo y tratando de imitar al águila, se lanzó sobre un carnero, pero con tan mal conocimiento en el arte que sus garras se enredaron en la lana, y batiendo al máximo sus alas no logró soltarse.




Viendo el pastor lo que sucedía, cogió al cuervo, y cortando las puntas de sus alas, se lo llevó a sus niños.




Le preguntaron sus hijos acerca de qué clase de ave era aquella, y les dijo: -Para mí sólo es un cuervo, pero él se cree águila. Pon tu dedicación en lo que realmente estás preparado, no en lo que no te corresponde.




FÁBULA DEL LEÓN, PROMETEO Y EL ELEFANTE

No dejaba un león de quejarse ante Prometeo. -Tú me hiciste bien fuerte y hermoso, dotado de mandíbulas con buenos colmillos y poderosas garras en las patas, y soy el más dominante de los animales.


Sin embargo, le tengo gran temor al gallo. -¿Por qué me acusas tan a la ligera? ¿No estás satisfecho con todas las ventajas físicas que te he dado? Lo que flaquea es tu espíritu -replicó Prometeo.




Siguió el león deplorando su situación, juzgándose de pusilánime. Decidió entonces poner fin a su vida. Se encontraba en esta situación cuando llegó el elefante, se saludaron y comenzaron a charlar.




Observó el león que el elefante movía constantemente las orejas, por lo que le preguntó la causa. -¿Ves ese minúsculo insecto que zumba a mi alrededor? -respondió el elefante-, pues si logra ingresar dentro de mi oído, estoy perdido.




Entonces se dijo el león: "¿No sería insensato dejarme morir, siendo yo mucho más fuerte y poderoso que el elefante, así como mucho más fuerte y poderoso es el gallo que el mosquito?"




Que las pequeñas molestias no te hagan olvidar tus grandezas


FÁBULA DE LA LA LIEBRE Y LA TORTUGA




En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa, porque ante todos decía que era la más veloz.



Por eso, constantemente se reía de la lenta tortuga. -¡Miren la tortuga! ¡Eh, tortuga, no corras tanto que te vas a cansar de ir tan de prisa! -decía la liebre riéndose de la tortuga.




Un día, conversando entre ellas, a la tortuga se le ocurrió de pronto hacerle una rara apuesta a la liebre.




-Estoy segura de poder ganarte una carrera -le dijo. -¿A mí? -preguntó, asombrada, la liebre. -Pues sí, a ti. Pongamos nuestra apuesta en aquella piedra y veamos quién gana la carrera. La liebre, muy divertida, aceptó.




Todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. Se señaló cuál iba a ser el camino y la llegada. Una vez estuvo listo, comenzó la carrera entre grandes aplausos. Confiada en su ligereza, la liebre dejó partir a la tortuga y se quedó remoloneando.




¡Vaya si le sobraba el tiempo para ganarle a tan lerda criatura! Luego, empezó a correr, corría veloz como el viento mientras la tortuga iba despacio, pero, eso sí, sin parar. Enseguida, la liebre se adelantó muchísimo.




Se detuvo al lado del camino y se sentó a descansar. Cuando la tortuga pasó por su lado, la liebre aprovechó para burlarse de ella una vez más. Le dejó ventaja y nuevamente emprendió su veloz marcha.



Varias veces repitió lo mismo, pero, a pesar de sus risas, la tortuga siguió caminando sin detenerse. Confiada en su velocidad, la liebre se tumbó bajo un árbol y ahí se quedó dormida.




Mientras tanto, pasito a pasito, y tan ligero como pudo, la tortuga siguió su camino hasta llegar a la meta.




Cuando la liebre se despertó, corrió con todas sus fuerzas pero ya era demasiado tarde, la tortuga había ganado la carrera. Aquel día fue muy triste para la liebre y aprendió una lección que no olvidaría jamás: No hay que burlarse jamás de los demás.



También de esto debemos aprender que la pereza y el exceso de confianza pueden hacernos no alcanzar nuestros objetivos.






FÁBULA DEL ÁGUILA Y LA ZORRA




Un águila y una zorra que eran muy amigas decidieron vivir juntas con la idea de que eso reforzaría su amistad.




Entonces el águila escogió un árbol muy elevado para poner allí sus huevos, mientras que la zorra soltó a sus hijos bajo unas zarzas sobre la tierra al pie del mismo árbol.




Un día que la zorra salió a buscar su comida, el águila, que estaba hambrienta cayó sobre las zarzas, se llevó a los zorruelos, y entonces ella y sus crías se regozijaron con un banquete.




Regresó la zorra y más le dolió el no poder vengarse, que saber de la muerte de sus pequeños; ¿ Cómo podría ella, siendo un animal terrestre, sin poder volar, perseguir a uno que vuela ? Tuvo que conformarse con el usual consuelo de los débiles e impotentes: maldecir desde lejos a su enemigo.




Mas no pasó mucho tiempo para que el águila recibiera el pago de su traición contra la amistad. Se encontraban en el campo unos pastores sacrificando una cabra; cayó el águila sobre ella y se llevó una víscera que aún conservaba fuego, colocándola en su nido.




Vino un fuerte viento y transmitió el fuego a las pajas, ardiendo también sus pequeños aguiluchos, que por pequeños aún no sabían volar, los cuales se vinieron al suelo.



Corrió entonces la zorra, y tranquilamente devoró a todos los aguiluchos ante los ojos de su enemiga.



Nunca traiciones la amistad sincera, pues si lo hicieras, tarde o temprano del cielo llegará el castigo.


FÁBULA DE LA HORMIGA




Dice una leyenda que la hormiga actual era en otros tiempos un hombre que, consagrado a los trabajos de la agricultura, no se contentaba con el producto de su propio esfuerzo sino que miraba con envidia el producto ajeno y robaba los frutos a sus vecinos.





Indignado Zeus por la avaricia de este hombre, le transformó en hormiga.





Pero aunque cambió de forma no le cambió el carácter, pues aún hoy día recorre los campos, recoge el trigo y la cebada ajenas y los guarda para su uso.




Aunque a los malvados se les castigue severamente, difícilmente cambian su naturaleza desviada.

Cuentos de Animales

CAPERUCITA ROJA Y EL LOBO FEROZ


Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.


Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.


Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas... De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella. - ¿A dónde vas, niña?- le preguntó el lobo con su voz ronca. - A casa de mi Abuelita- le dijo Caperucita. - No está lejos- pensó el lobo para sí, dándose media vuelta. Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer.



La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles. Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita.


Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo. El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita llegó enseguida, toda contenta.



La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada. - Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes! - Son para verte mejor- dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela. - Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes! - Son para oírte mejor- siguió diciendo el lobo. - Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes! - Son para...¡comerte mejoooor!- y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.


Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un segador y los dos juntos llegaron al lugar.



Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba. El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.



Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.



En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.




EL CUENTO DE LOS TRES CERDITOS



En el corazón del bosque vivían tres cerditos que eran hermanos. El lobo siempre andaba persiguiéndoles para comérselos.


Para escapar del lobo, los cerditos decidieron hacerse una casa. El pequeño la hizo de paja, para acabar antes y poder irse a jugar. El mediano construyó una casita de madera. Al ver que su hermano pequeño había terminado ya, se dio prisa para irse a jugar con él. El mayor trabajaba en su casa de ladrillo. - Ya veréis lo que hace el lobo con vuestras casas- riñó a sus hermanos mientras éstos se lo pasaban en grande.




El lobo salió detrás del cerdito pequeño y él corrió hasta su casita de paja, pero el lobo sopló y sopló y la casita de paja derrumbó. El lobo persiguió también al cerdito por el bosque, que corrió a refugiarse en casa de su hermano mediano. Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó. Los dos cerditos salieron pitando de allí.



Casi sin aliento, con el lobo pegado a sus talones, llegaron a la casa del hermano mayor. Los tres se metieron dentro y cerraron bien todas las puertas y ventanas. El lobo se puso a dar vueltas a la casa, buscando algún sitio por el que entrar.




Con una escalera larguísima trepó hasta el tejado, para colarse por la chimenea. Pero el cerdito mayor puso al fuego una olla con agua.


El lobo comilón descendió por el interior de la chimenea, pero cayó sobre el agua hirviendo y se escaldó.



Escapó de allí dando unos terribles aullidos que se oyeron en todo el bosque. Se cuenta que nunca jamás quiso comer cerdito.



LAS DOS RANAS



He aquí una rana que había vivido siempre en un mísero y estrecho pozo, donde había nacido y habría de morir.



Pasó cerca de allí otra rana que había vivido siempre en el mar. Tropezó y se cayó en el pozo. –¿De dónde vienes? -preguntó la rana del pozo. –Del mar. –¿Es grande el mar? –


Extraordinariamente grande, inmenso. La rana del pozo se quedó unos momentos muy pensativa y luego preguntó: –¿Es el mar tan grande como mi pozo? –¡Cómo puedes comparar tu pozo con el mar! Te digo que el mar es excepcionalmente grande, descomunal.


Pero la rana del pozo, fuera de sí por la ira, aseveró: –Mentira, no puede haber nada más grande que mi pozo; ¡nada! ¡Eres una mentirosa y ahora mismo te echaré de aquí! El Maestro dice: Así procede el hombre fanático y de miras estrechas.



LA FANTASíA DE LA ABEJA



Era una abeja llena de alegría y vitalidad. En cierta ocasión, volando de flor en flor y embriagada por el néctar, se fue alejando imprudentemente de su colmena más de lo aconsejable, y cuando se dio cuenta ya se había hecho de noche.



Justo cuando el sol se estaba ocultando, se hallaba ella deleitándose con el dulce néctar de un loto. Al hacerse la oscuridad, el loto se plegó sobre sí mismo y se cerró, quedando la abeja atrapada en su interior.


Despreocupada, ésta dijo para sí: “No importa. Pasaré aquí toda la noche y no dejaré de libar este néctar maravilloso. Mañana, en cuanto amanezca, iré en busca de mis familiares y amigos para que vengan también a probar este manjar tan agradable. Seguro que les va a hacer muy felices”.



La noche cayó por completo. Un enorme elefante hambriento pasó por el paraje e iba engullendo todo aquello que se hallaba a su paso.



La abeja, ignorante de todo lo que sucediera en el exterior y cómodamente alojada en el interior del loto, seguía libando. Entonces se dijo: “!Qué néctar tan fantástico, tan dulce, tan delicioso! ¡Esto es maravilloso! No sólo traeré aquí a todos mis familiares, amigos y vecinos para que lo prueben, sino que me dedicaré a fabricar miel y podré venderla y obtener mucho dinero a cambio de ella y adquirir todas las cosas que me gustan en el mundo”.




Súbitamente, tembló el suelo a su lado. El elefante engulló el loto y la abeja apenas tuvo tiempo de pensar: “Éste es mi fin. Me muero”.



El Maestro dice: Sólo existe la seguridad del aquí-ahora. Aplícate al instante, haz lo mejor que puedas en el momento y no divagues.



LA OCA DE ORO



Un hombre tenía tres hijos, al tercero de los cuales llamaban «El zoquete», que era menospreciado y blanco de las burlas de todos.



Un día quiso el mayor ir al bosque a cortar leña; su madre le dio una torta de huevos muy buena y sabrosa y una botella de vino, para que no pasara hambre ni sed.



Al llegar al bosque se encontró con un hombrecillo de pelo gris y muy viejo, que lo saludó cortésmente y le dijo: - Dame un pedacito de tu torta y un sorbo de tu vino. Tengo hambre y sed. El listo mozo respondió - Si te doy de mi torta y de mi vino apenas me quedará para mí; sigue tu camino y déjame -y el viejo quedó plantado y siguió adelante.



Se puso a cortar un árbol, y al poco rato pegó un hachazo en falso y el hacha se le clavó en el brazo, por lo que tuvo que regresar a su casa a que lo vendasen. Con esta herida pagó su conducta con el hombrecillo.



Partió luego el segundo para el bosque, y, como al mayor, su madre lo proveyó de una torta y una botella de vino. También le salió al paso el viejecito gris, y le pidió un pedazo de torta y un trago de vino.




Pero también el hijo segundo le replicó con displicencia: - Lo que te diese me lo quitaría a mí; ¡sigue tu camino! ­y dejando plantado al anciano, se alejó.


No se hizo esperar el castigo. Apenas había asestado un par de hachazos a un tronco cuando se hirió en una pierna, y hubo que conducirlo a su casa. Dijo entonces «El zoquete»: - Padre, déjame ir al bosque a buscar leña. - Tus hermanos se han lastimado -lecontestó el padre-; no te metas tú en esto, pues no entiendes nada.




Pero el chico insistió tanto, que, al fin, le dijo su padre: -Vete, pues, si te empeñas; a fuerza de golpes ganarás experiencia.


Le dio la madre una torta amasada con agua y cocida en las cenizas. y una botella de cerveza agria.



Cuando llegó al bosque se encontró igualmente con el hombrecillo gris, el cual lo saludó y dijo: - Dame un poco de tu torta, y un trago de lo que llevas en la botella, pues tengo hambre y sed. -


No llevo sino una torta cocida en la ceniza y cerveza agria -le respondió «El zoquete»-; si te conformas, sentémonos y comeremos. Y se sentaron.




Y he aquí que cuando el mozo sacó la torta, resultó ser un magnífico pastel de huevos, y la cerveza agria se había convertido en un vino excelente. - Puesto que tienes buen corazón y eres generoso, te daré suerte. ¿Ves aquel viejo árbol de allí? Pues córtalo; encontrarás algo en la raíz. Y con estas palabras, el hombrecillo se despidió. «El zoquete» se encaminó al árbol y lo derribó a hachazos, y al caer apareció en la raíz una oca de plumas de oro puro.


Se la llevó consigo y entró en una posada para pasar la noche. El dueño tenía tres hijas, que, al ver la oca, sintieron por ella una gran curiosidad, y el deseo de poseer una de sus plumas de oro.



La mayor pensó: «Será mucho que no encuentre una oportunidad para arrancarle una pluma», y, un momento en que el muchacho salió de su cuarto, sujetó la oca por un ala; pero los dedos y la mano se le quedaron pegados a ella.



Pronto acudió la segunda, con la idea de llevarse también una pluma de oro; pero no bien tocó a su hermana quedó pegada a ella. Finalmente, fue la tercera con idéntico propósito, y las otras le gritaron: - ¡Apártate, por Dios Santo, apártate! Pero ella, no comprendiendo por qué debía apartarse y pensando que si sus hermanas estaban allí, también ella podía estar, se acercó y, apenas hubo tocado a la segunda, quedó asimismo aprisionada sin poder soltarse. Y así tuvieron que pasarse la noche pegadas a la oca.



A la mañana, «El zoquete», tomando el animal bajo el brazo, emprendió el camino de su casa, sin preocuparse de las tres muchachas, que lo seguían quieras o no, haciendo eses, según le llevaban a él las piernas.



En medio del campo se encontraron con el señor cura, quien, al ver la comitiva, dijo: - ¿No les da vergüenza, descaradas, correr de este modo tras este joven en despoblado? ¿Les parece decente? Y sujetó a la menor por la mano con intención de separarla; pero no bien la tocó, quedó a su vez enganchado y tubo que participar también en la carrera.



Al poco rato acertó a pasar el sacristán, y, al ver al señor cura que seguía a las muchachas, sorprendido dijo: - ¿Y pues, señor cura, adónde va tan de prisa? ¿Se ha olvidado de que hoy tenemos un bautizo? -y corriendo hacia él, lo tomó de la manga, quedando asimismo sujeto.


Trotando así los cinco, topáronse con dos labradores que, con sus azadones al hombro, regresaban del campo. Los llamó el cura, pidiéndoles que lo desenganchasen, a él y al sacristán; pero no bien hubieron tocado los hombres a este último, ¡helos también aprisionados! Y ya eran siete los que corrían en pos de «El zoquete» y su oca.



Poco después llegaron a una ciudad, cuyo rey era padre de una hija tan seria, que nadie, había logrado hacerla reír. Por eso el Rey había hecho pregonar que daría la mano de la princesa al hombre que fuese capaz de provocar su risa.




Al enterarse de ello, «El zoquete», arrastrando todo su séquito, se presentó a la hija del Rey, y al ver ella aquella hilera de siete personas corriendo sin parar una tras otra, se echó a reír tan fuerte y tan a gusto, que no podía cesar en sus carcajadas.



Entonces «El zoquete» la pidió por esposa. Pero el Rey, al que no gustaba aquel yerno, opuso toda clase de objeciones, y, al fin, le dijo que antes debía traerle a un hombre capaz de beberse todo el vino que cabía en la bodega de palacio. Pensó el joven en su hombrecillo del bosque y fue a pedirle ayuda. Y he aquí que en el mismo lugar donde cortara el árbol vio sentado a un individuo en cuyo rostro se pintaba la pena.




Le preguntó «El zoquete» el motivo de su pesar, y el otro le contestó: - Sufro de una sed terrible, que no puedo calmar de ningún modo. No puedo con el agua fría, y aunque me he bebido todo un tonel de vino, ¿qué es una gota sobre una piedra ardiente? - Yo puedo remediar esto -díjo el joven-.


Vente conmigo y te prometo que beberás hasta reventar. Y así diciendo, lo condujo a la bodega real, donde el hombre la emprendió, bebe que te bebe, con las voluminosas cubas, hasta que ya le dolían las caderas, y antes de que se hubiese terminado el día, había vaciado toda la bodega.




«El zoquete» acudió nuevamente a reclamar su novia; pero el Rey, irritado al pensar que un mozo que todo el mundo tenía por tonto se hubiese de llevar a su hija, le puso una nueva condición. Antes debía encontrar a un hombre capaz de comerse una montaña de pan.


No se lo pensó mucho el mozo, sino que se dirigió inmediatamente al bosque, y en el mismo lugar que antes, encontró a un hombre ocupado en apretarse el cinturón y que, con cara compungida, le dijo: - Me he comido toda una hornada de pan. Pero, ¿qué es esto para un hambre como la que yo tengo? Mi estómago sigue vacío, y no me queda más recurso que apretarme el cinturón para no morirme de hambre.



Dijo «El zoquete» muy contento: - Vente conmigo y te vas a hartar. Y lo llevó a la corte del Rey, el cual había mandado reunir toda la harina del reino y cocer con ella una enorme montaña de pan. El hombre del bosque se situó enfrente de ella, empezó a comer, y, al ponerse el sol, aquella enorme mole había desaparecido.




Por tercera vez reclamó «El zoquete» a la princesa; pero el Rey, buscando todavía excusas, le exigió que le trajera un barco capaz de ir por tierra y por agua. -En cuanto llegues navegando en él -díjo-, mi hija será tu esposa.



Nuevamente se encaminó el muchacho al bosque, donde lo aguardaba el viejo hombrecillo gris con quien repartiera su torta, y que le dijo: - Para ti he comido y bebido, y ahora te daré el barco.



Todo eso lo hago porque fuiste compasivo conmigo. Y le dio el barco que iba por tierra y por agua; y cuando el Rey lo vio, ya no pudo seguir negándose a entregarle a su hija.



Se celebró la boda; a la muerte del Rey, «El zoquete» heredó la corona, y durante largos años vivió feliz con su esposa.



GATO CON BOTAS



Un molinero dejó, como única herencia a sus tres hijos, su molino, su burro y su gato. El reparto fue bien simple: no se necesitó llamar ni al abogado ni al notario. Habrían consumido todo el pobre patrimonio.



El mayor recibió el molino, el segundo se quedó con el burro y al menor se quedó sólo con el gato. Este se lamentaba de su mísera herencia: -Mis hermanos -decía- podrán ganarse la vida convenientemente trabajando juntos; lo que es yo, después de comerme a mi gato y de hacerme un manguito con su piel, me moriré de hambre.


El gato, que escuchaba estas palabras, pero se hacía el desentendido, le dijo en tono serio y pausado: -No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre como pensáis.




Aunque el amo del gato no abrigara sobre esto grandes ilusiones, le había visto dar tantas muestras de agilidad para cazar ratas y ratones, como colgarse de los pies o esconderse en la harina para hacerse el muerto, que no desesperó de verse socorrido por él en su miseria.



Cuando el gato tuvo las botas que había pedido, se las colocó y echándose la bolsa al cuello, sujetó los cordones de ésta con las dos patas delanteras, y se dirigió a un campo donde había muchos conejos.



Puso afrecho y hierbas en su saco y tendiéndose en el suelo como si estuviese muerto, aguardó a que algún conejillo, poco conocedor aún de las astucias de este mundo, viniera a meter su hocico en la bolsa para comer lo que había dentro.



No bien se hubo recostado, cuando se vio satisfecho. Un atolondrado conejillo se metió en el saco y el maestro gato, tirando los cordones, lo encerró y lo mató sin misericordia. Muy ufano con su presa, el gato fuese donde el rey y pidió hablar con él. Lo hicieron subir a los aposentos de Su



Majestad donde, al entrar, hizo una gran reverencia ante el rey, y le dijo: -He aquí, Majestad, un conejo de campo que el señor Marqués de Carabás (era el nombre que el gato inventó para su amo) me ha encargado obsequiaros de su parte. -Dile a tu amo, respondió el Rey, que le doy las gracias y que me agrada mucho.


En otra ocasión, el gato se ocultó en un trigal, dejando siempre su saco abierto; y cuando en él entraron dos perdices, tiró los cordones y las cazó a ambas. Fue en seguida a ofrendarlas al Rey, tal como había hecho con el conejo de campo.




El Rey recibió también con agrado las dos perdices, y ordenó que le diesen de beber. El gato continuó así durante dos o tres meses llevándole de vez en cuando al Rey productos de caza de su amo.




Un día supo que el Rey iría a pasear a orillas del río con su hija, la más hermosa princesa del mundo, y le dijo a su amo: -El gato dijo a su amo: si queréis seguir mi consejo, vuestra fortuna está hecha: no tenéis más que bañaros en el río, en el sitio que os mostraré, y en seguida yo haré lo demás.



El Marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejó, sin saber de qué serviría. Mientras se estaba bañando, el Rey pasó por ahí, y el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas: -¡Socorro, socorro! ¡El señor Marqués de Carabás se está ahogando! Al oír el grito, el Rey asomó la cabeza por la portezuela y, reconociendo al gato y sus botas que tantas veces le había llevado caza, ordenó a sus guardias que acudieran rápidamente a socorrer al Marqués de Carabás.




En tanto que sacaban del río al pobre Marqués, el gato se acercó a la carroza y le dijo al Rey que mientras su amo se estaba bañando, unos ladrones se habían llevado sus ropas pese a haber gritado ¡al ladrón! con todas sus fuerzas; el pícaro del gato las había escondido debajo de una enorme piedra.


El Rey ordenó de inmediato a los encargados de su guardarropa que fuesen en busca de sus más bellas vestiduras para el señor Marqués de Carabás.



El Rey le hizo mil atenciones, y como el hermoso traje que le acababan de dar realzaba su figura, ya que era apuesto y bien formado, la hija del Rey lo encontró muy de su agrado; bastó que el Marqués de Carabás se dirigiera a ella con dos o tres miradas sumamente respetuosas y algo tiernas, y ella quedó locamente enamorada. El Rey quiso que subiera a su carroza y lo acompañara en el paseo.




El gato, encantado al ver que su proyecto empezaba a resultar, se adelantó, y habiendose encontrado con unos campesinos que segaban un prado, les dijo: -Buenos segadores, si no decís al Rey que el prado que estáis segando es del Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín.


Por cierto que el Rey preguntó a los segadores de quién era ese prado que estaban segando. -Es del señor Marqués de Carabás -dijeron a una sola voz, puesto que la amenaza del gato los había asustado. -Tenéis aquí una hermosa heredad -dijo el Rey al Marqués de Carabás. -Veréis,



Majestad, es una tierra que no deja de producir con abundancia cada año. El maestro gato, que iba siempre delante, se encontró con unos campesinos que cosechaban y les dijo: -Buena gente que estáis cosechando, si no decís que todos estos campos pertenecen al Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de budín.



El Rey, que pasó momentos después, quiso saber a quién pertenecían los campos que veía. -Son del señor Marqués de Carabás, contestaron los campesinos, con lo que el Rey nuevamente se alegró con el Marqués.



El gato, que iba delante de la carroza, decía siempre lo mismo a todos cuantos encontraba; y el Rey estaba muy asombrado con las riquezas del señor Marqués de Carabás. El maestro gato llegó finalmente ante un hermoso castillo cuyo dueño era un ogro, el más rico que jamás se hubiera visto, pues todas las tierras por donde habían pasado eran dependientes de este castillo.




El gato, que tuvo la precaución de informarse acerca de quién era este ogro y de lo que sabía hacer, pidió hablar con él, diciendo que no había querido pasar tan cerca de su castillo sin tener el honor de hacerle la reverencia.


El ogro recibió al gato en la forma más cortés que puede hacerlo un ogro y lo invitó a descansar. -Me han asegurado -dijo el gato- que vos tenías el don de convertiros en cualquier clase de animal; que podíais, por ejemplo, transformaros en león, en elefante.




-Es cierto -respondió el ogro con brusquedad- y para demostrarlo veréis cómo me convierto en león. El gato se asustó tanto al ver a un león delante de él que en un santiamén se trepó a las canaletas, no sin pena ni riesgo a causa de las botas que nada servían para andar por las tejas.


Algún rato después, viendo que el ogro había recuperado su forma primitiva, el gato bajó y confesó que había tenido mucho miedo. -Además me han asegurado -dijo el gato- pero no puedo creerlo, que vos también tenéis el poder de adquirir la forma del más pequeño animalillo; por ejemplo, que podéis convertiros en un ratón, en una rata; os confieso que eso me parece imposible. -¿Imposible? -repuso el ogro - ya veréis-; y al mismo tiempo se transformó en una rata que se puso a correr por el piso. Apenas la vio, se echó encima de ella y se la comió.


Entretanto, el Rey, que al pasar vio el hermoso castillo del ogro, quiso entrar. Al oír el ruido del carruaje que atravesaba el puente levadizo, corrió adelante y le dijo al Rey: -Vuestra Majestad sea bienvenida al castillo del señor Marqués de Carabás. -¡Cómo, señor Marqués -exclamó el rey- este castillo también os pertenece! Nada hay más bello que este patio y todos estos edificios que lo rodean; veamos el interior, por favor.



El Marqués ofreció la mano a la joven Princesa y, siguiendo al Rey que iba primero, entraron a una gran sala donde encontraron una magnífica colación que el ogro había mandado preparar para sus amigos que vendrían a verlo ese mismo día, los cuales no se habían atrevido a entrar, sabiendo que el Rey estaba allí.


El Rey, encantado con las buenas cualidades del señor Marqués de Carabás, al igual que su hija, que ya estaba loca de amor viendo los valiosos bienes que poseía, le dijo, después de haber bebido cinco o seis copas: -Sólo dependerá de vos, señor Marqués, que seáis mi yerno. El




Marqués, haciendo grandes reverencias, aceptó el honor que le hacia el Rey; y ese mismo día se casó con la Princesa.




El felino se convirtió en gran señor, y ya no corrió tras las ratas sino para divertirse.


LAS MEDIAS DE LOS FLAMENCOS


Cierta vez las víboras dieron un gran baile. Invitaron a las ranas y a los sapos, a los flamencos, y a los yacarés y a los peces.



Los peces, como no caminan, no pudieron bailar; pero siendo el baile a la orilla del río, los peces estaban asomados a la arena, y aplaudían con la cola. Los yacarés, para adornarse bien, se habían puesto en el pescuezo un collar de plátanos, y fumaban cigarros paraguayos.




Los sapos se habían pegado escamas de peces en todo el cuerpo, y caminaban meneándose, como si nadaran. Y cada vez que pasaban muy serios por la orilla del río, los peces les gritaban haciéndoles burla.



Las ranas se habían perfumado todo el cuerpo, y caminaban en dos pies. Además, cada una llevaba colgada, como un farolito, una luciérnaga que se balanceaba. Pero las que estaban hermosísimas eran las víboras. T




odas, sin excepción, estaban vestidas con traje de bailarina, del mismo color de cada víbora. Las víboras coloradas llevaban una pollerita de tul colorado; las verdes, una de tul verde; las amarillas, otra de tul amarillo; y las yararás, una pollerita de tul gris pintada con rayas de polvo de ladrillo y ceniza, porque así es el color de las yararás.



Y las más espléndidas de todas eran las víboras de que estaban vestidas con larguísimas gasas rojas, y negras, y bailaban como serpentinas Cuando las víboras danzaban y daban vueltas apoyadas en la punta de la cola, todos los invitados aplaudían como locos.




Sólo los flamencos, que entonces tenían las patas blancas, y tienen ahora como antes la nariz muy gruesa y torcida, sólo los flamencos estaban tristes, porque como tienen muy poca inteligencia, no habían sabido cómo adornarse. Envidiaban el traje de todos, y sobre todo el de las víboras de coral.



Cada vez que una víbora pasaba por delante de ellos, coqueteando y haciendo ondular las gasas de serpentinas, los flamencos se morían de envidia. Un flamenco dijo entonces: —Yo sé lo que vamos a hacer.




Vamos a ponernos medias coloradas, blancas y negras, y las víboras de coral se van a enamorar de nosotros. Y levantando todos juntos el vuelo, cruzaron el río y fueron a golpear en un almacén del pueblo. — ¡Tan-tan! —pegaron con las patas. — ¿Quién es? —respondió el almacenero. —




Somos los flamencos. ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras? —No, no hay —contestó el almacenero—. ¿Están locos? En ninguna parte van a encontrar medias así. Los flamencos fueron entonces a otro almacén. — ¡Tan-tan! ¿Tienes medias coloradas, blancas y negras? El almacenero contestó: — ¿Cómo dice? ¿Coloradas, blancas y negras? No hay medias así en ninguna parte.



Ustedes están locos. ¿quiénes son? —Somos los flamencos— respondieron ellos. Y el hombre dijo: —Entonces son con seguridad flamencos locos. Fueron a otro almacén. — ¡Tan-tan! ¿Tiene medias coloradas, blancas y negras? El almacenero gritó: — ¿De qué color? ¿Coloradas, blancas y negras? Solamente a pájaros narigudos como ustedes se les ocurre pedir medias así. ¡Váyanse en seguida!



Y el hombre los echó con la escoba. Los flamencos recorrieron así todos los almacenes, y de todas partes los echaban por locos. Entonces un tatú, que había ido a tomar agua al río se quiso burlar de los flamencos y les dijo, haciéndoles un gran saludo: — ¡Buenas noches, señores flamencos! Yo sé lo que ustedes buscan.




No van a encontrar medias así en ningún almacén. Tal vez haya en Buenos Aires, pero tendrán que pedirlas por encomienda postal. Mi cuñada, la lechuza, tiene medias así. Pídanselas, y ella les va a dar las medias coloradas, blancas y negras.




Los flamencos le dieron las gracias, y se fueron volando a la cueva de la lechuza. Y le dijeron: — ¡Buenas noches, lechuza! Venimos a pedirte las medias coloradas, blancas y negras. Hoy es el gran baile de las víboras, y si nos ponemos esas medias, las víboras de coral se van a enamorar de nosotros. — ¡Con mucho gusto! — respondió la lechuza—.


Esperen un segundo, y vuelvo en seguida. Y echando a volar, dejó solos a los flamencos; y al rato volvió con las medias. Pero no eran medias, sino cueros de víboras de coral, lindísimos cueros recién sacados a las víboras que la lechuza había cazado. —Aquí están las medias —les dijo la lechuza—.


No se preocupen de nada, sino de una sola cosa: bailen toda la noche, bailen sin parar un momento, bailen de costado, de cabeza, como ustedes quieran; pero no paren un momento, porque en vez de bailar van entonces a llorar. Pero los flamencos, como son tan tontos, no comprendían bien qué gran peligro había para ellos en eso, y locos de alegría se pusieron los cueros de las víboras como medias, metiendo las patas dentro de los cueros, que eran como tubos.



Y muy contentos se fueron volando al baile. Cuando vieron a tos flamencos con sus hermosísimas medias, todos les tuvieron envidia. Las víboras querían bailar con ellos únicamente, y como los flamencos no dejaban un Instante de mover las patas, las víboras no podían ver bien de qué estaban hechas aquellas preciosas medias.


Pero poco a poco, sin embargo, las víboras comenzaron a desconfiar. Cuando los flamencos pasaban bailando al lado de ellas, se agachaban hasta el suelo para ver bien. Las víboras de coral, sobre todo, estaban muy inquietas. No apartaban la vista de las medias, y se agachaban también tratando de tocar con la lengua las patas de los flamencos, porque la lengua de la víbora es como la mano de las personas.




Pero los flamencos bailaban y bailaban sin cesar, aunque estaban cansadísimos y ya no podían más. Las víboras de coral, que conocieron esto, pidieron en seguida a las ranas sus farolitos, que eran bichitos de luz, y esperaron todas juntas a que los flamencos se cayeran de cansados.



Efectivamente, un minuto después, un flamenco, que ya no podía más, tropezó con un yacaré, se tambaleó y cayó de costado. En seguida las víboras de coral corrieron con sus farolitos y alumbraron bien las patas de! flamenco.




Y vieron qué eran aquellas medias, y lanzaron un silbido que se oyó desde la otra orilla del Paraná. — ¡No son medias!— gritaron las víboras—. ¡Sabemos lo que es! ¡Nos han engañado! ¡Los flamencos han matado a nuestras hermanas y se han puesto sus cueros como medias! ¡Las medias que tienen son de víboras de coral Al oír esto, los flamencos, llenos de miedo porque estaban descubiertos, quisieron volar; pero estaban tan cansados que no pudieron levantar una sola pata.



Entonces las víboras de coral se lanzaron sobre ellos, y enroscándose en sus patas les deshicieron a mordiscones las medias. Les arrancaron las medias a pedazos, enfurecidas y les mordían también las patas, para que murieran.




Los flamencos, locos de dolor, saltaban de un lado para otro sin que las víboras de coral se desenroscaran de sus patas, Hasta que al fin, viendo que ya no quedaba un solo pedazo de medias, las víboras los dejaron libres, cansadas y arreglándose las gasas de sus trajes de baile.



Además, las víboras de coral estaban seguras de que los flamencos iban a morir, porque la mitad, por lo menos, de las víboras de coral que los habían mordido eran venenosas. Pero los flamencos no murieron.



Corrieron a echarse al agua, sintiendo un grandísimo dolor y sus patas, que eran blancas, estaban entonces coloradas por el veneno de las víboras. Pasaron días y días, y siempre sentían terrible ardor en las patas, y las tenían siempre de color de sangre, porque estaban envenenadas. Hace de esto muchísimo tiempo. Y ahora todavía están los flamencos casi todo el día con sus patas coloradas metidas en el agua, tratando de calmar el ardor que sienten en ellas.



A veces se apartan de la orilla, y dan unos pasos por tierra, para ver cómo se hallan. Pero los dolores del veneno vuelven en seguida, y corren a meterse en el agua. A veces el ardor que sienten es tan grande, que encogen una pata y quedan así horas enteras, porque no pueden estirarla.



Esta es la historia de los flamencos, que antes tenían las patas blancas y ahora las tienen coloradas. Todos los peces saben por qué es, y se burlan de ellos. Pero los flamencos, mientras se curan en el agua, no pierden ocasión de vengarse, comiéndose a cuanto pececito se acerca demasiado a burlarse de ellos.


EL LORO PIDE LIBERTAD



Ésta es la historia de un loro muy contradictorio. Desde hacía un buen número de años vivía enjaulado, y su propietario era un anciano al que el animal hacía compañía. Cierto día, el anciano invitó a un amigo a su casa a deleitar un sabroso té.




Los dos hombres pasaron al salón donde, cerca de la ventana y en su jaula, estaba el loro. Se encontraban los dos hombres tomando el té, cuando el loro comenzó a gritar insistente y vehementemente: –¡Libertad, libertad, libertad! No cesaba de pedir libertad. Durante todo el tiempo en que estuvo el invitado en la casa, el animal no dejó de reclamar libertad.



Hasta tal punto era desgarradora su solicitud, que el invitado se sintió muy apenado y ni siquiera pudo terminar de saborear su taza. Estaba saliendo por la puerta y el loro seguía gritando: “!Libertad, libertad!”.




Pasaron dos días. El invitado no podía dejar de pensar con compasión en el loro. Tanto le atribulaba el estado del animalito que decidió que era necesario ponerlo en libertad. Tramó un plan.



Sabía cuándo dejaba el anciano su casa para ir a efectuar la compra. Iba a aprovechar esa ausencia y a liberar al pobre loro. Un día después, el invitado se apostó cerca de la casa del anciano y, en cuanto lo vio salir, corrió hacia su casa, abrió la puerta con una ganzúa y entró en el salón, donde el loro continuaba gritando: “!Libertad, libertad!” Al invitado se le partía el corazón. ¿Quién no hubiera sentido piedad por el animalito? Presto, se acercó a la jaula y abrió la puerta de la misma.




Entonces el loro, aterrado, se lanzó al lado opuesto de la jaula y se aferró con su pico y uñas a los barrotes de la jaula, negándose a abandonarla.


El loro seguía gritando: “!Libertad, libertad!"




EL LOBO Y LOS SIETE CABRITOS



Erase una vez una señora cabra que tenía siete cabritos. Un día mamá cabra tuvo que salir y dijo a sus hijos: “Tengo que salir pero no tardaré mucho. Pórtense bien y sobre todo no le abran la puerta a nadie”.



Los cabritos prometieron hacerle caso y la mamá cabra partió confiada. Sin embargo, a lo lejos, dos orejas punteagudas habían escuchado todo. No era sino el lobo feroz que hacía tiempo esperaba una buena oportunidad para comerse a los cabritos. Entonces, viendo que quedaban solos urdió un malvado plan.



Se acercó a la cabaña donde vivían y dijo a viva voz: “Abran cabritos, soy mamá que estoy de vuelta”.-Pero los astutos cabritos vieron por debajo de la puerta y dijeron al lobo: “No te creemos lobo malo, tu no eres mamá, porque mamá tiene las patas blancas como la harina y tú las tienes negras como el carbón”.-



Y furioso, viendo el lobo que lo habían descubierto, se dirigió a casa del molinero y le dijo amenazadoramente: “Si no quieres que te coma ahora mismo, dame un costal de harina donde blanquear mis patas”.- Entonces volvió a la cabaña y en voz alta dijo: “Abran cabritos, soy mamá que estoy de vuelta”.



-Pero los cabritos dijeron: “Tienes las patas blancas como mamá, pero no nos engañas lobo malo, tu tienes un vozarrón horrendo y mamá tiene la voz dulce y suave”.- Entonces el lobo aún más furioso fue a la casa del panadero y le dijo: “Si no quieres que te coma ahora mismo, dame un buen pedazo de dulce para aclarar mi voz”.



Y el panadero, temeroso, le dió el dulce. Entonces el lobo volvió a la cabaña y con su nueva voz dijo: “Abran cabritos, soy mamá que estoy de vuelta”.-Y esta vez los cabritos dijeros: -“Tienes las patas blancas como la harina y la voz dulce y suave, tú debes ser mamá”-y abrieron la puerta.



Pueden imaginarse el susto de las pobres criaturas cuando vieron ante sí al lobo feroz con los ojos inyectados de sangre y los dientes filosos listos para atacar. Corrieron despavoridos intentando ocultarse dentro de la casa pero el lobo los fue encontrando uno a uno: Hamm, debajo de la cama; Hamm, dentro de la alacena; Hamm, debajo de la mesa, Hamm, en la ducha, Hamm, dentro del placard, Hamm adentro del horno.




Tan repleto y pesado estaba el lobo que no se dió cuenta de que no había podido encontrar al séptimo cabrito. Éste, como era el más pequeño de todos, pudo esconderse dentro del reloj de péndulo, y allí lo encontró su mamá cuando regresó a casa y la encontró vacía. El cabrito le contó todo lo que había ocurrido pero la mamá le dijo: “No te preocupes todavía, tengo una idea”. Y juntos fueron tras la pista del lobo.



Lo encontraron profundamente dormido, junto a un pozo de agua con el vientre del tamaño de una casa. La mamá cabra, se acercó sigilosamente y pudo escuchar los gritos de ayuda de sus pequeños. -¡Están vivos!-dijo al séptimo cabrito-Pronto, ve a casa y tráeme mi costurero-.




Pronto el cabrito estuvo de vuelta con lo que su mamá le pedía. Sin perder un momento, la señora cabra tomó sus tijeras más filosas y cortó la panza del lobo. Uno a uno salieron los cabritos, contentos de volver a ver a su mamá.



Después, todos ayudaron a volver a llenar al lobo con pesadas piedras, para que no se diera cuenta de que le faltaba algo. Con sumo cuidado, mamá cabra volvió a coser la panza del lobo, y todos se apartaron para ver desde un lugar más seguro qué ocurría cuando el lobo recuperara el conocimiento.



Y esto es lo que pasó: Al despertar el lobo pensó: “Qué pesados que me cayeron estos cabritos. Quizás no debió comerme el último. Voy a tomar un poco de agua de este pozo para calmar mi sed”- Pero al inclinarse para beber, el peso de las rocas que tenía en el vientre lo hicieron caer al fondo y el lobo se ahogó. Así es que los cabritos no volvieron a tener que preocuparse por ese lobo feroz.




LA DAMA DE LAS FOCAS



En el pueblo de Kilshanig, dos millas al noreste de Castlegregory, vivió una vez un apuesto y valeroso joven llamado Tom Moore, buen bailarín y cantante. A menudo se le oía de noche cantar por colinas y campos.




Murieron el padre y la madre de Tom, y él quedó solo en la casa, falto de una esposa. Una mañana temprano, cuando estaba trabajando cerca de la playa, se fijó en que, tendida sobre una roca y profundamente dormida, estaba la mujer más bella que nunca se hubiera visto en aquella parte del reino.



La marea se había alejado, y Tom, curioso por saber quién era o qué la traía por allí, se acercó a la roca. "¡Despierta! – le gritó Tom a la mujer -; si llega la marea te ahogarás". Ella levantó la cabeza y se limitó a reír. Allí la dejó Tom, pero mientras se marchaba volvía la cabeza a cada momento para mirar a la mujer.




Cuando hubo regresado adonde estaba antes cogió la azada, pero no pudo trabajar: tenía que mirar a la mujer que estaba sobre la roca. Finalmente, la marea llegó hasta allí. Tom soltó la azada y se dirigió a la playa, pera la mujer se deslizó hacia el mar y aquel día no volvió a verla más.


Tom pasó la jornada maldiciéndose a sí mismo por no haberse llevado a la mujer de la roca, cuando era Dios quien se la había enviado. Por ese día no pudo trabajar, así que volvió a casa. Tom no pudo pegar ojo en toda la noche.




A la mañana siguiente se levantó temprano y se dirigió a la roca. Allí estaba la mujer. Tom la llamó. No hubo respuesta. Él se acercó a la roca. "Será mejor que vengas conmigo "– dijo Tom. La mujer no contestó palabra.




Tom cogió el gorro que llevaba en la cabeza y dijo: "¡Esto me lo quedo yo!" Al instante ella exclamó: "¡Devuelveme mi gorro, Tom Moore!" "¡De eso nada, pues ha sido Dios quien te ha enviado a mi, y ahora que hablas ya me doy por satisfecho! Y tomándola por el brazo la llevó a su casa.



La mujer le preparó el desayuno, y ambos se sentaron juntos a comerlo. "Y ahora – dijo Tom -, en nombre de Dios, tú y yo iremos al cura para casarnos, porque los vecinos de los alrededores se fijan en todo y murmurarían".



Así que, terminado el desayuno, fueron a ver al cura, y Tom le pidió que los casara. "¿De dónde sacaste esta esposa?" – preguntó el cura. Tom le contó toda la historia. Cuando el cura vió que




Tom estaba tan deseoso de casarse le pidió cinco libras y Tom se las pagó. Después llevó a su mujer a casa, y fue tan buena esposa como cualquiera que haya habido nunca en casa de un hombre.



Vivió siete años con Tom, y tuvo tres hijos y dos hijas. Un día, Tom estaba labrando y se le rompió una parte del arado.




Se acordó de que guardaba las clavijas en el altillo de casa, así que subió a cogerlos. Mientras buscaba las clavijas tiró al suelo bolsas y cuerdas, y qué fue a tirar sino el gorro que siete años antes le había quitado a su esposa.



Ella lo vió al instante, y tras recogerlo lo ocultó. Por aquellos días la gente oía a una gran foca que rugía en el mar. "Ah – decía entonces la esposa de Tom -, es mi hermano que me está buscando." Aquel día, unos hombres que iban de caza mataron a tres focas.



Todas las mujeres del pueblo bajaron corriendo a la playa para ver las focas, y la mujer de Tom fue con ellas. Comenzó a gemir, y acercándose a las focas muertas les dijo unas palabras a cada una y gritó: "¡Oh, qué asesinato!" Cuando la vieron llorar los hombres dijeron: "No queremos saber nada más de estas focas." Así que cavaron un gran agujero, metieron en él a las focas y lo taparon. Pero, por la noche, algunos pensaron: "Es una lástima enterrar esas focas, después de lo que nos ha costado conseguirlas."




Aquellos hombres fueron con las palas y cavaron la tierra, pero no encontraron ni rastro de la focas. Durante todo este tiempo la foca del mar no dejaba de rugir. Al día siguiente, cuando Tom estaba trabajando, su esposa barrió la casa, lo puso todo en orden, bañó a los niños y los peinó.




Después, los besó uno a uno. A continuación se dirigió a la roca y, poniéndose el gorro, se zambulló. En ese momento la gran foca se alzó y rugió de tal modo que se la pudo oír a diez millas de distancia.




La esposa de Tom se fue nadando con la foca. Los cinco hijos que dejó tenían membranas entre los dedos de las manos y de los pies, hasta la mitad de cada dedo.



Los descendientes de Tom Moore y la mujer de las focas viven actualmente cerca de Castlegregory, y las membranas de sus dedos no han desaparecido, aunque disminuyen con cada generación.



EL LEóN Y EL MOSQUITO LUCHADOR


Un mosquito se acercó a un león y le dijo: " No te temo. Y además, no eres más fuerte que yo. Si crees lo contrario, demuéstramelo... ¿ Que arañas con tus garras y muerdes con tus dientes ? ¡




Eso también lo hace una mujer defendiéndose de un ladrón ! Yo soy más fuerte que tú, y si quieres, ahora mismo te desafío a combate. Y haciendo sonar su zumbido, cayó el mosquito sobre el león, picándole repetidamente alrededor de la nariz, donde no tiene pelo.




El león empezó a arañarse con sus propias garras, hasta que renunció al combate. El mosquito victorioso hizo sonar de nuevo su zumbido; y sin darse cuenta, de tanta alegría, fue a enredarse en una tela de araña.



Al tiempo que era devorado por la araña, se lamentaba de que él, que luchaba contra los más poderosos venciéndolos, fuese a perecer a manos de un insignificante animal, la araña.


No importa que tan grandes sean los éxitos en tu vida, cuida siempre que la dicha por haber obtenido uno de ellos, no lo arruine todo.



UN PERRO SABIO



Un día, pasó cerca de un grupo de gatos, un perro sabio. Y viendo el perro que los gatos parecían estar absortos, hablando entre sí, y que no advertían su presencia, se detuvo a escuchar lo que decían.




Se levantó entonces un gran gato grave y circunspecto, miró a sus compañeros, y les dijo: Hermanos, orad; y cuando hayáis orado una y otra vez, y vuelto a orar, sin duda alguna lloverán ratones del cielo.



Al oír esto, el perro rió para sus adentros, y se alejó de los gatos, diciendo: ¡Ciegos e insensatos felinos! ¿No está escrito, y no lo he sabido siempre, y mis padres antes que yo, que lo que llueve cuando elevamos al Cielo plegarias y súplicas son huesos, y no ratones?



RESCATANDO UNA ESTRELLA



Había una vez un sabio que solía ir a la playa a escribir. Tenía la costumbre de caminar por la playa antes de comenzar su trabajo.




Un día, mientras caminaba junto al mar, observó una figura humana que se movía como un bailarín. Se sonrió al pensar en alguien bailando para saludar el día. Apresuró el paso, se acercó y vio que se trataba de un joven y que el joven no bailaba sino que se agachaba para recoger algo y suavemente lanzarlo al mar.




A medida que se acercaba saludó: - Buen día, ¿Qué está haciendo? - El joven hizo una pausa, se dio vuelta y respondió: - Arrojo estrellas de mar al océano. - - Supongo que debería preguntar ¿Por qué arrojas estrellas de mar al océano? -, dijo el sabio.




El joven respondió: - Anoche la tormenta dejó miles de estrellas en la playa, hoy hay sol fuerte y la marea está bajando, si no las arrojo al mar, morirán. - Pero joven, replicó el sabio, no se da cuenta que hay cientos de kilómetros de playa y miles de estrellas de mar, ¿Realmente piensa que su esfuerzo tiene sentido?




- El joven escuchó respetuosamente, luego se agachó, recogió otra estrella de mar, la arrojó al agua y luego le dijo: - Para aquella, sí tuvo sentido. La respuesta sorprendió al hombre. Se sintió molesto, no supo que contestar y regresó a su cabaña a escribir.




Durante todo el día, mientras escribía, la imagen de aquel joven lo perseguía. Intentó ignorarlo pero no pudo.




Finalmente al caer la tarde se dio cuenta que a él, el científico, a él, el sabio, se le había escapado la naturaleza esencial de la acción de aquel joven. Él había elegido no ser un mero observador en el Universo y dejar que pasara ante sus ojos. Había decidido participar activamente y dejar su huella en él. S




e sintió avergonzado y esa noche se fue a dormir preocupado. A la mañana siguiente se levantó sabiendo que debía hacer algo.




Se vistió, fue a la playa, encontró al joven y pasó el resto de la mañana arrojando estrellas de mar al océano.




...Nada puedo hacer para solucionar las penas del mundo, pero mucho puedo hacer para colaborar en el pedacito de mundo que me toca.